Hacía mucho tiempo que no sentía. Mucho tiempo sin sentimientos. No sentir nada, no pensar nada, más que un vacío. Y después, cualquier signo negativo, sin esperanza, sin ganas. Crudo, rústico.
Cada vez más, con los años adquiridos, los altibajos se fueron nivelando y casi no existía esa frecuencia mensual de episodios similares a este. Sin embargo, con estas desgracias del plano terrenal, la pseudo perfección sigue sin lograrse. La motivación desde esta faceta autodestructiva para crear contenido reaparece en escena con la carga de dos pérdidas importantes. Hubiera preferido que sea de otra manera pero, indefectiblemente, el final no se puede evitar, sólo posponer. Y, justamente, esa espera se aceleró.
La repetición de los sucesos pasados, la historia, es algo que siempre se cuenta como elemento de estudio, de aprendizaje para una sociedad, porque esa historia es humana. Acá el primer mensaje de esa historia pareció no haberse entendido. Tal vez no fue suficiente un final repentino para que cosas establecidas por la inercia de un conjunto amplio dejen de ser tan congeladas. No conforme con esto, otra vez se planteó un escenario semejante al anterior, poniendo incluso mayor tono cinematográfico. Un final con una eterna disputa como resultado que provoca la secundariedad de lo desgarrador.
Nos olvidamos quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos. Si partimos de esa forma para entender las cosas que pasan, seguiremos errando siempre en el mismo lugar. Lo único que quedará será lo vivido, y si eso no se impulsa, luego la culpa hará lo suyo. Por eso quizás solamente tenga una sola cuestión inconclusa: haber tirado cuando se pudo. Sin más por decir, otro hasta siempre parte desde acá hasta el infinito.
viernes, 20 de mayo de 2016
Hubo Otra Vez
Suscribirse a:
Entradas (Atom)