sábado, 14 de septiembre de 2013

Dato evidente

Si de sentimientos se trata, yo no exagero en ningún momento. Por eso, cuando escucho la música que tanto me gusta, no la estoy solamente escuchando, sino mas bien sintiendo. Las vibraciones que se provocan en mis oídos y pueden ser luego entendidas en el cerebro, van directo hacia un mar de emociones que me cambian por completo.
Puedo estar normal, escuchar algo y pegar un giro terrible. Generalmente, me pierdo. Empiezo a desconectarme del mundo, de la realidad. Voy más allá del todo, imagino y pienso cosas que seguro no se me cruzarían nunca por la cabeza sin la música. El cuerpo comienza a hablar por sí mismo: piel sensible a escalofríos, gestos varios de la cara (que casi siempre confunden a la gente del medio), alguna que otra lágrima por ahí, actos involuntarios, etc.
Emocionalmente hablando, queda en absoluto a disposición de lo que esté sonando. Es como un virus, maneja, gobierna y modifica, en este caso, los sentimientos a su antojo. Obvio que me dejo llevar, porque sin importar como vaya a sentirme, me encanta el hecho de drogarme con música
Ponerse los auriculares y trasladarse a otro plano, donde el resto no importa y a pesar de las diversas circunstancias que se puedan atravesar, me da libertad. Creo que no hace falta aclarar que en este estado, no estoy disponible. Y a eso quería llegar, me convierto en un ser inerte, carente de algún tipo de deseo en relacionarse en ese preciso momento con cualquier persona, no importa quién. 
Dejando esto en claro, sólo un par de cosas más. Una sería: no interferir con esta acción, probablemente tenga consecuencias graves en el interceptor. La otra: no hay una completa seguridad de que los actos mientras esté en mi mundo sean un cien por ciento reales, quizá en ese instante si, o tal vez no; redondeando la idea podría decir que, es una inestabilidad constante pero no responde a la consciencia, únicamente emociones.

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