La búsqueda de maneras y formas fue trabajo duro. No se puede mentir, las diferencias existían y sí que resaltaba (y no sólo la superficie). Una vez comenzada la conexión, parecía como si se hubiera caminado sobre una montaña de agua dulce. Lo que marcó también fue aquel libro, un punto de inflexión entre conectar lo exterior con lo interior. Los engranajes se terminaron de construir y estaban a punto de comenzar a funcionar. Que fácil, ¿no? Pues, nunca funcionó.
Espacios en blanco empezaron a llenar los olvidos temporales. Los días eran semanas y después meses con años. Tiempo, lo nunca recuperable. Sin ir más lejos, los vacíos endurecían poco a poco ese sistema creado. Los deseos se fueron convirtiendo fácilmente en reproches y se repartían diametralmente, según lo que se recibiera de estímulo. Se podía cambiar de polos con una rapidez que ya afectaba al ser. ¿Importaba? Claro que no.
Vueltas de plaza y noches de luna coincidieron mas no arrancaba. El chispazo eterno jamás llegaba y esperar era la rutina aprehendida. El motivo y la guarda no producían valor, las esperanzas se convertían en cólera y la agonía se avecinaba. Sin embargo, los brazos no se terminaban de cruzar y esa pequeña luz de stand by mantenía viva la oportunidad del siglo. ¿Podría cambiar para mejorar?