viernes, 28 de octubre de 2016

Viernes de culpa

Escribir preguntas te permite responder tu propio texto. Y por responder, automáticamente, deriva el crear un texto. Uno donde no existan límites para el lector más que su propia imaginación. A raíz de esto es que no se escriben preguntas, sino oraciones que dirigen y moldean la visión del lector para que lo que pueda llegar a imaginar esté dentro de los parámetros deseados y pensados exclusivamente por el autor. Y si no fuera poco, todo confluye en una clara transmisión de un mensaje con un objetivo por cumplir: formar una sola manera de ver las cosas.
¿Es muy descabellada la idea de un texto lleno de preguntas? ¿Es posible relatar, narrar hechos, haciendo preguntas? ¿A qué autor le parecería justo que sus lectores sean los encargados de crearse sus propias historias? ¿Hacer preguntas no es una forma de buscar permanentemente librarse de ataduras impuestas adrede o por inercia?
La certeza también se puede generar con una pregunta. Requiere mayor esfuerzo y menor egoísmo, cosas difíciles de conseguir en cualquier parte. Pero para el bien del lector, la mayoría de las respuestas no tienen que salir del autor sino de la propia gestación a partir de las preguntas que lee. La mejor forma de compartir conocimiento es intentar que el otro lo descubra por sí mismo.

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